Continuación de «El ejercicio (parte 3)»

 

Lecciones espirituales

No sólo queremos mantener un programa de ejercicio físico diario, también necesitamos estirar nuestra musculatura espiritual cada día. No sólo hemos de aceptar a Jesús como nuestro Salvador, hemos de trabajar con Él para ayudar a servir a las necesidades de otros.

Así como Dios dio, nosotros también necesitamos dar. “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no perezca, sino tenga vida eterna” (Juan 3:16).

Jesús dijo a sus seguidores: “De gracia recibisteis, de gracia dad” (Mateo 10:8). Él también dijo: “Es más bienaventurado dar que recibir” (Hechos 20:35).

Porque hemos sido confortados, en la fuerza de Cristo somos habilitados para confortar a otros. “[Dios] quien nos conforta en toda nuestra tribulación, para que seamos capaces de confortar a los que están en tribulación, mediante la confortación con la cual nosotros mismos somos confortados de Dios” (2 Corintios 1:4).

Hay muchos en el mundo que necesitan nuestra ayuda. Dios busca ayudantes, y debemos responder al llamado. “Escuché la voz del Señor, diciendo: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces dije yo, heme aquí, envíame a mí” (Isaías 6:8).

Hemos de hacer la obra que Jesús hizo. “El Espíritu del Señor Dios está sobre mí; porque el Señor me ha ungido para predicar buenas nuevas a los humildes; me ha enviado para sanar a los quebrantados de corazón, para proclamar libertad a los cautivos, y apertura de la prisión a los que están atados” (Isaías 61: 1; Lucas 4:18).

Vivimos nuestra fe, compartimos nuestra fe, y venimos a Jesús para renovar y profundizar nuestra fe. Mientras oramos y trabajamos, trabajamos y oramos, nuestra experiencia se profundiza, y otros son ayudados.

“¿Quién, pues, es el siervo fiel y prudente, a quien su señor puso sobre su familia, para que les dé el alimento a tiempo? Dichoso aquel siervo, a quien, cuando su señor vuelva, lo encuentre haciendo así. Os aseguro que lo pondrá sobre todos sus bienes” (Mateo 24: 45-47).

A cada seguidor de Jesús le es asignado la tarea de ayudar a quienes lo rodean, y compartir con ellos el maravilloso mensaje de la gracia perdonadora y fortalecedora de Jesús, y la esperanza de vida eterna por medio de Él.

“Y les dijo: Id por todo el mundo, y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). “No me avergüenzo del evangelio de Cristo; pues es el poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Romanos 1:16). “Y este evangelio del reino será predicado a todo el mundo para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mateo 24:14).

Dios se propone usarte a ti y a mí para ayudar a muchas almas que viven en tinieblas. “Yo, el Señor te he llamado en justicia, y sostendré tu mano, y te guardaré, y te daré por pacto al pueblo, para luz de los gentiles; para dar vista a los ciegos, para dar apertura de la cárcel a los prisioneros, y a los que están en tinieblas, salida de la prisión” (Isaías 42: 6-7).

Podemos auxiliar a los pobres y necesitados. “Fui padre a los pobres, y la causa que no conocía la atendía” (Job 29: 16). “La religión pura y sin mácula delante de Dios y Padre es ésta: Visitar a los huérfanos y viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha de este mundo” (Santiago 1: 27). “Él librará al necesitado cuando clamare; y al pobre también, y al que no tuviere quien le socorra” (Salmo 72: 12). “El que cerrare su oídos al clamor del pobre, él también clamará y no será oído” (Proverbios 21: 13).

También podemos ministrar a los enfermos, y ayudarles a entender la importancia de obedecer los mandamientos de Dios para que permanezcan en mejor salud. “Orad los unos por los otros, para que seáis sanados” (Santiago 5:16). “Por tanto guardaréis los mandamientos […] y el Señor quitará de tí toda enfermedad” (Deuteronomio 7:11, 15). “[Dios], quien perdona todas tus iniquidades; y sana todas tus dolencias” (Salmo 103: 3).

Al ministrar las necesidades de los demás y al llevarles las buenas nuevas de salvación, mediante la gracia perdonadora y fortalecedora de Cristo, tenemos la promesa de que estamos trabajando con los ángeles de Dios. Aunque nuestros esfuerzos no sean apreciados por los de esta tierra, sin embargo, el Dios del cielo nos acepta. ¡Gracias al Señor!

“Pues ¿cuál es nuestra esperanza, nuestro gozo, o corona de regocijo? ¿No sois vosotros en la presencia del Señor Jesucristo en su venida? Pues vosotros sois nuestra gloria y gozo” (1 Tesalonicenses 2: 19-20).

“Como el cielo es más alto que la tierra, así de grande es su misericordia hacia los que le temen” (Salmo 103: 11).

 

 

Fuente: The Natural Remedies Encyclopedia.
Traducción: Danaya Acuna.